viernes, 22 de febrero de 2008

"La Sarilla de Térmens" se escondía tras el muro.
Su madre la llamaba; presentía que algo iba mal.
-¡Aquí estás!
Un pequeño despiste había hecho que la araña atrapase a su asustada presa.
Sentándose a las sillas, su madre se disponía a darle una mala noticia.
-¡Ding dong!- sonó el timbre con aire de...poca cosa.¿ Por qué no sonaría como la Gnossienne nº1 de E.Satie?
- Sara, no hay tiempo. Tu "nuevo padre" te espera en la puerta. No me puedo encargar de ti. Lo siento.
Ésas fueron las últimas palabras que oyó Sara salir de la boca de su madre. Las lágrimas caían por el rostro malaltizo e flaco de la niña. ¿A caso no había sido buena? Su mente se quedó en blanco cuando el señor entró en la casa.
-Hola-dijo el hombre.
A Sara le soptó que el hombre de ojos emblanquecidos azules fuera su "nuevo padre"y no le hubiera mirado a la cara. Ni a la de ella ni a la de su madre.
Parecía un hombre bueno, pero Sara no se imaginaba dónde le había metido su madre.
A mesura de que iban andando, Sarilla se había dado cuenta de que el extraño hombre era ciego. No por sus ojos, sino por las catorce veces que se había tenido que levantar del suelo.
-¿Me puedo agarrar de tu hombro?
-Tengo hambre.¿Dónde vamos?¿Paramos a comer?¿De qué trabajas?
Ni trabajo ni comida, pero el ciego no estaba especialmente delgado.
Caminaron hasta salir de la ciudad de Pococomer y se dirigieron a la ciudad Tenemosdamos.
La primera parada fue el hotel "Pocobarato". No llevaban dinero, pero el hombre no era tonto.
-¿Desean algo?-preguntó el recepcionista con cara de poca salud.
-La habitación más cara del hotel, por favor. El amo va a llegar pronto y tenemos que preparar su habitación.
-¿Me da su nombre, caballero?
-Señor...
-Pocotengo-dijo Sarilla, que ya se había enterado de por dónde iba la cosa.
Subieron a la habitación. Sin palabras. Lujo, lujo y más lujo.
Pasaron la noche allí pero del montón de comida que había encima de la mesa de la habitación, Sarilla no tocó ni los platos. El hombre lo puso todo encima de una toalla y lo envolvió, se lo puso dentro de la chaqueta y se fueron a dormir.
A las dos de la madrugada la niña, tenía una orquesta de percusión en su barriga. Se levantó, fue a la cama del viejo e intentó bajarle la cremallera de la chaqueta.
El primer intento fracasó. El segundo: poner una toalla dentro de la chaqueta y comerse la mercancía. ¡Bingo! Barriga llena. Abrió la puerta de la habitación y se puso a dormir en su camita.
La mañana se despertó con gritos del ciego.
-¡Nos han robadoooo!¡Nos han descubiertooo!¡Seguro que ya han llamado a la policía!¡Marchémonos!
Salieron por el balcón y suerte que estaban en un primer piso y la vegetación abundaba, porque Sara casi se mata al saltar hacia un árbol de la calle de atrás.
-¡Es tu turno!-le dijo Sara al ciego-sube a la barandilla y salta un poquito. Hay una terraza que da a la calle.
Poco saltó, pobre hombre, y allí se quedó con una pierna rota y ciego de dolor.

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