Era orgulloso y testarudo. Le encantaba pelearse con sus padres y sus hermanos. Todo el mundo lo consideraban como un crío impertinte. Sí, este era José. Un chico, de unos siete o ocho años, de altura mediana y flaco. Su familia era numerosa y pobre. Sus padres no se ocupaban nunca de él. El padre nunca estaba en casa, solo por la noche. La madre, por la mañana tenía trabajo a preparar toda la comida por el padre, y los dos hijos grandes, que se marchaban a trabajar durante todo el día. Y el resto del día, la mujer se ocupaba de cuidar a los dos bebés pequeños que aún no cumplían un año.
Todo empezó en Teruel, una noche de otoño. José, como de costumbre, se peleó agresivamente con sus padres. Sus padres, cansados ya de sus gritos, le dijeron que se marchara y que se buscara la vida. Él, orgulloso de su orgullo y con la cabeza alta cogió un poco de comida y se marchó. Estaba ya harto de siempre ser el peor de la familia. Los odiaba a todos, uno por uno.
Dirigiéndose al pueblo del lado, ya muerto de sueño, se dejó caer y se durmió en medio del camino.
El día siguiente se despertó sintiendo una fuerte pisada y un grito aún más fuerte. Se alzó, asustado, y vio un anciano estirado boca a bajo intentándose levantar. José, que por muy orgullo que tenía había aprendido a tener un mínimo de educación, le ayudó a levantarse. El anciano le agradeció la ayuda, pero José se extraño de su mirada. Aún hablándole el anciano no lo miraba a los ojos. Era como si mirara al horizonte.. José, con un poco de inocencia que aún tenía el pobre, le preguntó dónde miraba. El anciano, se tomó la pregunta con gracia, y le dijo que era ciego. Le preguntó al chico que qué hacia allí. El chico, le dijo que no tenía casa, y añadió mintiendo que sus padres estaban muertos. El pobre ciego, aún más inocente que José lo creyó, y le propuso si quería hacerle de ojos. José, encantado, aceptó.
Fueron unos días duros y intensos por el chico, pero sobretodo hambrientos. El ciego, al principio le trataba como un rey pero a medida que iva pasando el tiempo cada vez se comportaba peor con el pobre niño. Ya casi no le daba nada de comer, a penas un vaso de agua al día y una miga de pan.
José decidió que debia irse..así que se marchó, sin decir nada, sin rumbo, solo con la esperanza de encontrar comida para sobrevivir.
sábado, 23 de febrero de 2008
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