jueves, 21 de febrero de 2008

Primer tratado: el ciego

Pues eso, que me encontré de repente en medio de un camino de piedras. Abandonado, solo. En ese momento le daba vueltas a que era muy feo de parte de un padre echar un hijo de casa solo por haber tirado vino en la pecera, por haber hecho un dibujo grosero en la pared de la habitación de mi hermana y por haberle metido toda la ropa de marca dentro la caja de las cacas del gato.
Y en eso estaba yo pensado, cuando de repente vi a alguien viniendo en la oscuridad. Era un ser raro, andaba como encorbado, le salían de la cabeza largas mechas de pelo, un maletín marrón viejo y llevaba un largo y grueso bastón. Me acerqué en silencio, pero ese estraño energúmeno pareció no darse cuenta de mi presencia. Y de repente tropezó con una botella vacía de litrona y se pegó un costalazo padre. Yo, buena persona de naturaleza, modestia aparte, me acerqué para ayudarle. Se asustó, pero después me dio las gracias. Me contó que se había quedado ciego de joven. Le pregunté si quería que le acompañase a su casa. Me dijo que no tenía casa fija, que iba de pueblo en pueblo vendiendo muestras de perfumes hechos con plantas afrodisiacas y no se que historias... Entonces me preguntó si mi casa quedaba muy lejos (negocio, negocio) y le dije que ya no tenía casa. Me dijo si quería irme con él, y le dije que porqué no.
Fueron días y días de andar, ir de casa en casa vendiendo perfumes, y con el poco dinero que ganaba, se dedicaba a comprar comida y bebida que no me dejaba probar. Me mataba el hambre. Intentaba cogerle la comida a escondidas, pero ese ciego parecía percatarse de mis movimientos.

Hasta que llegó un día que me harté. Casi estaba enseñando los huesos. Llegamos a un pueblo grande, y le dije que porqué no íbamos a vender perfumes en la entrada de una boutique francesa. Le gustó la idea, y engañándole de que iba a buscar algo de beber, entré en una residencia para gente discapacitada, e hice la suscripción de por vida, pagué con el poco dinero que tenía y acompañé a una infermera alta y musculosa como un armario hacia donde estaba el ciego. Así que le cogí la bolsa con la comida, el dinero y el agua y me fui diciéndole adoós con la mano a la infermera, llevándose a mi pobre compañero, que me maldecía a gritos.

Y así emprendí el camino hacia una nueva vida. Que ilusión, por fin amencipada de casa... Per4o sabía que las cosas no iban a ser fáciles...



júúúlia*

1 comentario:

àurea.solé dijo...

júuliaa!!
me ha gustado mucho!
sisii, genial!
:)