Cuando era pequeña, vivía con mi madre mi padrastro y mi hermanastro pequeño. Mi padrastro no tenía trabajo y sobrevivíamos los cuatro a base de lo que él robaba y lo que mi madre y yo ganábamos pidiendo limosna y tocando la harmónica.
No teníamos bastante para todos y mi madre no se lo tuvo que pensar demasiado cuando un día, estando en la calle pasó un viejo y le propuso tenerme como ayudante a cambio de enserñarme a ganarme la vida.
Pasé de pedir limosna a limpiar parabrisas de coches y vender pañuelos. Pero el viejo ese, al ver que yo era joven y enérgico y trabajaba bastante, pasó de hacerlo y me hacía trabajar a mí para los dos.
Comprábamos la comida en los caprabos más cercanos y empezé a sentir que cada vez comía más él que yo.
Le expresé mis ideas en respecto a lo que pensaba y cuando lo hacía, además de parecer ciego se mostraba muy amablemente sordo también.
Llevaba la comida en una bolsa de plástico debajo del abrigo y a mí no me era difícil quitárse la mientras dormía, pero al maldito ciego otras cualidades le sustituían la vista.
Puso varias trampas en la comida como trampas para ratas en las que varias veces me pillé los dedos, polvos pica pica que me hinchaban los labios... Pruebas suficientes para acusarme como al ladrón de comida, por lo que ya no pude robar más. Y como estaba ya muerto de hambre me propuse deshacerme del ciego que si en un primer momento me había parecido si no simpático, mi salvación, me trataba ya peor que a un perro (aunque algunas se las delvolvía yo).
Compré un billete de AVE con el dinero que el viejo no había visto y que yo había ahorrado y haciéndole subir las escaleras del tren asegurándole que eran de una plaza municipal, le envié a la ciudad más lejana que pude pagar.
domingo, 2 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario