Después de pasearse unos días por las calles, Lazarete, volvió a su ciudad natal. Recordó sus tiempos con su madre y lo bien que lo pasaba, pero lo poco que la aprovechó. La echaba de menos. En un callejón se encontró a una mujer, ya grande, y le pidió que le cuidara, que aún no era mayor de edad y necesitaba a alguien a su lado. Entonces la mujer aceptó. Lazarete pensó que sería el mejor sitio donde iría, pero después de mucho andar, llegaron a casa de la mujer y el niño vio que volvería a pasar hambre. Entonces, se puso a dormir. Pasó bastante tiempo. Todo lo que conseguía de comer Lazarete lo tenía que compartir con la mujer. Una noche como otra cualquiera, el niño tomó su media taza de leche antes de acostarse y se fue a la cama. A la mañana siguiente al despertarse se dio cuenta que la mujer se había ido. No dejó nada de comer en ningún sitio, y encima se llevó toda su ropa. Pobrecito. Lazarete se fue de la casa y se puso a andar…
Anaís Tardà*
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